(Madrid, 29 de Mayo. O’kuroku).- The Last Dance o El Último Baile fue un éxito absoluto. La serie documental producida por ESPN Films y Netflix se enfocó en la carrera de Michael Jordan y sus Chicago Bulls, y del 19 de abril al 17 de mayo nos tuvo hechizados.

La docuserie de 10 episodios, dirigida por Jason Hehir, se centró principalmente en la temporada 97-98 de la NBA, intercalándola con la historia de Michael Jordan, Scottie Pippen, Dennis Rodman, Horace Grant y otros jugadores que pasaron por el equipo de la Ciudad de los Vientos en su camino a conseguir dos tripletes.

Se trata de un recorrido fascinante y muy bien estructurado por una historia de triunfos y gloria; pero también de drama, tanto deportivo como humano. The Last Dance es un retrato bastante descarnado sobre la realidad de uno de los más grandes equipos de la historia de la NBA. Sus saltos entre ese “último baile” del quinteto dirigido por Phil Jackson y los primeros años de construcción de la franquicia están bien pensados y le dan ritmo a la narración.

Y aunque el hecho de que el propio Michael Jordan estuvo involucrado con la producción podría haber afectado el rigor periodístico del trabajo, lo cierto es que salvo ciertos puntos polémicos, fue un trabajo bastante honesto.

Pero paremos con esta reseña/critica formal, la intención de este trabajo no es evaluar esta docuserie en sí misma, sino la experiencia de verla para alguien que, durante toda la década de los 90, aborreció a Jordan y sus Bulls.

Mi historia de amor al baloncesto y odio a los Bulls

Copyright 1991 NBAE (Photo by Brian Drake/NBAE via Getty Images)

Pese a ser venezolano, el primer deporte que me arrastró no fue el beisbol. Tampoco fue el fútbol, como cabría esperarse por mis bisabuelos europeos. En mi casa había predilección por el baloncesto y eso es porque mi papá, caraqueño nacido y criado en El Valle, era un entusiasta de este deporte.

Aunque eventualmente jugué tanto fútbol como béisbol y me enamoré de ellos, mi primer romance deportivo fue con un balón naranja. Desde 1988 hasta 1999 jugué baloncesto casi a diario. A finales de los 80 mis jugadores favoritos eran Magic Johnson y su rival, Larry Bird. No sentía mucha simpatía por los Pistons de Isiah Thomas y desde 1991 tampoco por los Bulls de Jordan.

Ese año Jordan al fin logró convertirse en campeón luego de 7 años en la NBA y empezó la dinastía de los Bulls. Una vez Magic y Bird anunciaron sus respectivos retiros en 1992, empezó mi costumbre de apoyar siempre a los rivales de los Bulls.

Previsiblemente en 1992 esperaba que Clyde “The Glyde” Drexler le pusiera freno a Jordan, pero los Trail Blazers cayeron en 6 juegos. En 1993 aposté a que el gran “Sir Charles” Barkley y sus Suns de Phoenix lo consiguieran, pero también fueron superados en 6 juegos.

En 1994 y 95 tuve un respiro. El retiro temporal de Jordan y la eclosión de los Rockets de Olajuwon me permitieron celebrar que un venezolano, Carl Herrera, fuera dos veces campeón de la NBA.

Pero mi pesadilla volvió en 1996. Para ese entonces me había convertido en un fan de los Jazz de Utah de John Stockton y Karl Malone, así que sufrí por partida doble. Seattle despachó a Utah en 7 juegos y luego fueron despachados en 6 juegos por los Bulls.

En 1997 finalmente Stockton y Malone llegaron a la final, pero una vez más Jordan los paró en seco. Y de nuevo, en 1998, en The Last Dance, su “Aérea Majestad” volvió a titularse campeón despachando primero a mi equipo de la Conferencia Este ese año, los Indiana Pacers de Reggie Miller y luego al quinteto de Utah.

Como verán, Jordan no hizo más que arruinarme la fiesta durante los años 90.

The Last Dance para un hater de Jordan

Entonces ¿Qué tal fue ver The Last Dance como un hater de Jordan y los Bulls? Tengo que ser honesto con ustedes. Fue fascinante. Es innegable que Michael Jordan es el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos. Muchos preferirán a LeBron James o Kobe Bryant y en mi caso, nadie como Magic Johnson, pero Jordan era un competidor despiadado. Un ganador nato.

Y ahora, a mis 38 años, camino de los 39, no puedo más que reconocer su grandeza. En The Last Dance queda al descubierto un secreto a voces. Jordan podía ser un auténtico tirano, incluso desagradable. Rencoroso, vengativo, obsesivo y además, un adicto al juego… o para ser más preciso, a la competencia. Pero en parte, gracias a esa naturaleza criminalmente competitiva, llegó a la cima.

Su talento simplemente no se puede poner en duda. Mi odio de niño y adolescente se basaba en el hecho de que derrotó a mi favorito, y una vez comprometido con la causa de apoyar a sus rivales, no lo vi de forma objetiva durante su carrera. Era el enemigo a vencer, el Final Boss. ¡Y vaya enemigo final!

La docuserie me recordó esas amargas 6 finales. Me mostró mucho de lo que pasó tras bastidores. Me emocionó con la humanidad que había detrás del Dios/Demonio del tabloncillo que aplastaba a todo equipo al que yo apoyara. Durante casi 10 horas The Last Dance me hizo recordar la grandeza del baloncesto y reavivó mi amor por este deporte.

No puedo esperar para volver a lanzar unas canastas en la cancha más cercana a mi casa o rogar a que pase esta pandemia pronto para ver una nueva temporada de la NBA. ¿Qué a quien quiero ver ganar cuando vuelva el baloncesto? A los Lakers, por supuesto.

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